Así, sin previo aviso, se ha presentado el otoño.
De un día para otro chaquetica, pañuelico y demás complementos abrigantes.
Es curioso como la mejor estación de año (para mí, claro), supone en mí (claro), una desesperación mayor que cualquier otra cosa. Quiero decir, que hasta ayer mismo estaba bien.
No estaba para tirar cohetes, todo hay que decirlo, pero estaba bien.
Ha sido una semana muy dura en cuanto a lo sentimental, pero más que menos, la he superado. Y ha llegado el sábado. Un sábado que esperaba pasar, tranquilamente en cualquier bar, con unas cervezas y con los amigos de toda la vida pero, no ha sido así. El puto otoño ha hecho de las suyas y ha traído la enfermedad al barrio.
Lo de mi trancazo, las tripas de ella y las rarezas de él han hecho imposible la salida.
Pero, ¡mira!, no podré soltar el pañuelo, mi cara, más que una cara, parecerá un cuadro pintado por algún "Colgado en Filadelfia", me dolerá la cabeza y apenas podré respirar pero, aún no me he puesto el pijama.
Aún tengo fé en que algo cambiará, en que, alguien responderá a mi llamada y me acompañará a cualquier bar a tomar unas buenas cervezas negras.
Así que seguiré aquí, esperando a que se me pase la moquera, a que mi fé en la raza humana vuelva, y a que padre se vaya a la cama para poder adueñarme del salón ya que, no creo que nadie sea tan patético como yo y tenga que estar suplicando compañía un sábado noche.
Mientras, Micah P. Hinson me acompaña, estad tranquilos, estoy en buenas manos.
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